miércoles, 19 de diciembre de 2012

Cambios...

La vida está llena de cambios. La vida en sí ya es un cambio, constante, diario. Y como todo en esta vida, lo único que decide tu futuro son tus decisiones.

Mi cambio llega ahora, en el 2013. Un giro "inesperado" (buscado, pero no esperado con tanta premura), me situará en una dimensión que no esperaba que fuera tan radical. Hace unos meses me habían propuesto un puesto de jefe de cocina en un restaurant muy bueno, buenísimo según mi punto de vista, pero el mundo gira y las cosas cambian de la noche a la mañana, y por otros lares me han propuesto llevar la cocina de un local. Solo, sin nadie por encima. Y eso es muchísima responsabilidad, muchísimas horas de trabajo a invertir, tanto en las horas de trabajo como en casa. Un sueldo digno (por fin), un reconocimiento a mi trayectoria laboral (por fin también), y un proyecto/reto que me hace mucha ilusión, porque dejan en mis manos, apoyado por los dos jefes que voy a tener, de empezar desde cero un negocio al que sacarle rendimiento y recoger los frutos. Ya les he mostrado el proyecto que tengo para el pequeño restaurante, las ideas de negocio, los números (lo más difícil de todo), todo el trabajo a desempeñar por parte de todos y que, siendo yo un simple empleado de ellos, veo que voy a llevar las riendas, incluso por encima de ellos mismos. Estoy ilusionado y tengo miedo, a partes iguales.

Y todo esto es para reflexionar sobre lo demás que circunda a mi alrededor. Una de las cosas más importantes: escribir. Este trabajo me quitará muchas horas "sociales" y mucho tiempo para emplearlo en la escritura; así que mi trabajo será doble porque esto último no quiero dejarlo. Quizá me veáis menos por aquí, por allí... por los foros, las Justas y demás, aunque espero que sólo sea los primeros meses, hasta que el negocio camine por sí solo.

Voy a darle toda la caña que pueda, a todo. Pero esto, escribir, es algo que no puedo dejar de lado.

¡Y menos ahora que ha vuelto El Cuentacuentos!

He dicho (escrito).

P.D.: Se me olvidaba... por si se acaba el mundo este mismo viernes, ha sido un placer escribir estas últimas letras...

jueves, 6 de diciembre de 2012

Ayer...

Ayer por la tarde fui a la biblioteca. Sí. Hacía muchísimo tiempo que no iba. Acompañé a mi pareja ha terminar un estudio para la universidad, y mientras ella investigaba yo me recorrí las diversas estanterías, buscando "por buscar", hasta que encontré un pequeño libro de Cortázar. Lo cogí y me senté en una mesa central a leerlo. Lo que son las cosas... Se respiraba una calma total (la que no tengo en casa), y pude profundizar tranquilamente en la lectura. Pero ocurrían cosas. Cosas a mi alrededor. Fui consciente de ellas en cuanto me fijé en dos chicas que reían, ocultándose el rostro con la mano. Se levantaron de la mesa donde estaban y se dirigieron a la mitad del pasillo. Mientras, en la zona de los ordenadores había un chiquillo que sostenía, nervioso, un diccionario entre sus manos. Lo iba volteando sin cesar. Me levanté y fui hacia el hombre que vigila la sala para preguntarle qué función hacían allí aquellos ordenadores y me contestó que estaban para poder acceder a internet, pero que sólo era posible permanecer quince minutos. Volví a mi lugar y observé al chiquillo. Un usuario se levantó y el chiquillo corrió hacia él. Le preguntó algo, no supe el qué, y el otro le cedió la silla. Luego se puso a mirar el Facebook. Las dos chicas estaban aún en pie al otro lado de la sala. Miraban en dirección a una mesa que había contra la pared, justo delante de mí. Había un joven que escribía en su cuaderno, con dos o tres libros abiertos frente a él. De pronto el chiquillo se levanta y se aleja lo suficiente para poder observar el resto de ordenadores. Me fijé en la pantalla. Estaba completamente azul. Mientras iba leyendo párrafos de Cortázar. Cuando vi movimiento alcé de nuevo la vista y vi cómo el chavalín se dirigía hacia otro usuario y una de las chicas caminaba en dirección opuesta, hacia la mesa del joven que escribía; su amiga la esperaba sonriente en la esquina del pasillo. El chiquillo dio las gracias al que le cedió el asiento y volvió a entrar en Facebook. La que estaba hablando con el joven del cuaderno se sonrojó y reculó sus pasos hasta donde se encontraba su amiga. Ambas se giraron hacia mí, y por lo tanto podía ver sus caras. Estaban sonrientes las dos, jubilosas, y abandonaron la estancia donde yo me encontraba. El joven del cuaderno se recostó contra el respaldo de la silla y dejó las gafas sobre los escritos. El chiquillo dio un respingo cuando el vigilante se le acercó por la espalda y le recriminó que todos los días hacía lo mismo, y que esos ordenadores no estaban ahí para eso. Le obligó a levantarse y lo acompañó hasta la boca de las escaleras que descendían al piso inferior, el de la salida a la calle. El joven del cuaderno estaba escribiendo un mensaje en el móvil mostrando una sonrisa de oreja a oreja. Y yo, mientras tanto, esperando a mi pareja, viendo lo que ocurría a mi alrededor (y que a la vez me divertía), y sosteniendo entre mis manos un pequeño libro de Cortázar. Lo que son las cosas...

Todo esto no lo podría resumir en cincuenta palabras. Aunque no ha sido precisamente por eso por lo que me han descabalgado de las Micro Justas esta vez... Esperaremos la Sortija, a ver si es verdad que me viene como anillo al dedo.

Ahora sólo me queda imaginar qué ocurrirá en los próximos días. Si el chiquillo volverá a sus andadas, si la chica y el chico se verán una vez más y si... devolveré el libro que me llevé prestado, de Cortázar. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Y ya salió...

Ya podéis descargar el II Premio Ultratumba de Javier Herce, donde aparece un relato mío (Tsommdbie), junto a otros textos de peña güena, güena, de verdad. Tenéis la opción de descargarlo en PDF o leerlo directamente desde internet, como vosotros queráis.

Aquí el enlace:
Un Halloween de Ultratumba II

Aquí la portada:



Espero que os aproveche... ;)

miércoles, 28 de noviembre de 2012

¡Se acabó!

Sí. Se terminó el NaNo. Al menos para mí. Quedan dos días para llegar al límite y me he quedado en algo más de 38.000 palabras. Pero no pasa nada. Estoy contento para ser la primera vez.

Como toda primera vez, siempre es menos de lo que uno espera. No sé si a vosotros os ocurrió lo mismo; pero en mi caso fue así. Éramos jóvenes e inexpertos, y lo que tenía que ser una formidable iniciación al placer del adulto, por ambas partes, no llegó más que a un rápido y tímido "tira y afloja" en el que casi nos pillan en pleno proceso. En fin... otra historia más de romanos.

Pues habiendo terminado el NaNo, sólo me queda ahondar en lo que he escrito y hacerlo decente para poder, como mínimo, quedar contento. Y es curioso porque, mientras escribía la novela, una avalancha de ideas nuevas me atacaban, intentaban que apartara mi atención de la historia para dedicarla a tomar apuntes; apuntes que seguían su proceso natural (lo que empezaba siendo una frase terminaba como un párrafo, y luego otro, y otro más). Ahora mismo tengo unas cuantas historias a la espera de ser agarradas por el pescuezo y hacerlas vomitar sobre el Gran Blanco. Una de esas ideas fue la que desembocó en un relato que empecé como el resto, con la primera frase, y ha acabado siendo una historia de más de 5.000 palabras que concluyó al día siguiente. Esa historia ya tiene destino: Steamtales. Sólo faltan retocar un par o tres de cosas y a mandarla a tomar viento cibernético. Otra de esas historias será, lo más seguro, la que coja para moldearla todo lo que pueda, y se vaya a visitar a los amigos del Calabazas. Y otra más, aunque esa se quedará en casa, y que trata sobre lo más trillado que hay ahora mismo: los zombis. Sí, Zombis. Más que zombis... yo diría que son Hoolz... porque nunca puede saberse qué ocurriría si los dos grupos de hooligans más famosos de este país se encontraran en las gradas de un gran estadio de fútbol... Y menos sí, cada uno de esos grupúsculos lo conformaran hordas de zombis hambrientos de lucha y de carne; y que el protagonista, Carlos, fuera un recién admitido dentro del grupo especial de los antidisturbios de los Mossos d'Esquadra... Habrán muertes, carreras y hostias (¡a mansalva!). Vamos... lo típico dentro del mundillo Hool. Sé de lo que hablo. 

Y hasta aquí puedo escribir...

jueves, 22 de noviembre de 2012

La penumbra de la esfinge


La oscuridad era total.

Hacía tres días que la luz se había consumido, apagándose en un abrir y cerrar de ojos y dejando la sala de la esfinge en completa negrura.

«No se alteren, por favor, y siéntense en el suelo contra la pared», eran las únicas palabras que el guía del grupo supo pronunciar, y las repitió en voz alta entre la bulla de voces nerviosas. Sentí cómo manos y piernas me tocaban, me empujaban, alterados, hasta hacerme daño. Me dejé arrastrar contra la pared hasta quedar sentada en el suelo. Así noté el aliento de un fétido fumador a mi lado, respirando con angustia, rezándole en voz baja a la oscuridad.

Los gritos se fueron acallando lentamente con el paso del tiempo. Tan sólo algún quejido aislado, algún sollozo tímido, algún sonido de ropa refregándose contra la pared, fue lo que logré escuchar. Me mantuve callada y cauta.

A veces accionaba la luz del móvil para poder alumbrar a mi alrededor. Podía ver los rostros de pavor que mostraban mis compañeros, atenuados por la luz mortecina del teléfono, hasta que éste dejó de funcionar.

Entonces se hizo el silencio. Un gruñido lejano de vez en cuando; algún sollozo extraviado que zozobraba a través del mutismo colectivo. Cuando escuché un lejano ronroneo intuí que pronto volvería la electricidad, y que por fin saldríamos de aquel maldito agujero.

De repente la luz irrumpió con fuerza, y me cegó durante unos instantes. Cuando mis pupilas se contrajeron, cuando volvieron a su estado natural, empezó mi locura. A mi alrededor estaban los compañeros inmóviles, con la piel reseca y arrugada, con sus cuerpos drenados, cadavéricos, y los ojos colgando sobre los pómulos agrietados, pendientes de los orificios por sus finos y rojizos nervios. Me llevé las manos a la boca para intentar reprimir la histeria en la que me encontraba y vi, cerca de mí, un surco sanguinolento que desaparecía por entre mis piernas. Justo en ese momento percibí que algo reptaba por mi espalda, y al notar sus dientes perforándome la piel comprendí que era demasiado tarde.

Éste es el minirrelato con el que participé en el concurso de Fantasti'cs '12; pero como ya han salido los finalistas (y no está entre ellos), lo cuelgo aquí, por si alguien desea despotricarlo a conciencia...

Sed buenos. Sed de cerveza. 

Pesadillas de un niño que no duerme

He aquí otro de esos libros de antologías que adquirí, una tarde algo... alcohólica, de manos de su mismo creador. Con un total de 34 relatos, Juan Ángel Laguna Edroso, para muchos "Kachi" o "Patapalo", ha querido mostrarnos su lado más amable dentro del terror.

Muchos de esos relatos me han fascinado. No sólo por la idea o por la historia en sí, sino por su buen manejo del diccionario y su habilidad para recrear la atmósfera que permite escenificar la historia en imágenes dentro de la cabeza. Me gusta mucho el estilo que utiliza. Quizá haya algún que otro relato que me ha agradado menos que el resto aunque, en general, creo que es un libro que todo amante del terror español debería tener dispuesto en su estantería.

Aquí lo que la editorial (23 escalones) imprime en la contraportada:

Pesadillas de un niño que no duerme se articula en torno a dos ejes: el terror onírico como terreno fértil para la fantasía oscura y la ingenua mirada infantil como motor para lanzarse a la creación y al ejercicio de fabular historias. Con un hilo conductor tan mudable, es comprensible que los relatos recogidos en esta antología oscilen entre la fantasía más surreal y el realismo más perturbador, a veces mezclándose ambos extremos sin solución de continuidad, pues el universo de las pesadillas no se restringe a lo fantástico y, afortunadamente, nos hemos habituado a navegar entre ambos mares sin cambiar de barco.

«El Casco Viejo era un dédalo insondable para los extraños: calles que morían sin previo aviso, pasajes que sorteaban los combados edificios, arcos abiertos como hambrientas bocas de cíclope, vestigios de épocas pasadas, oscuros caserones que mostraban generosos sus entrañas, enrejados sumideros por los que se perdían las aguas pluviales y, en el rincón más insospechado, una puerta al submundo. La rata se la mostró al final de la trastienda de un taxidermista. Tras las cortinas de pellejos secándose, más allá de las estanterías repletas de botes de conservantes y tarros llenos de ojos brillantes como cuentas, una tapa obstruía un túnel, un túnel conducía a las profundidades y las profundidades prometían un reencuentro. Ahí empezaba el verdadero laberinto».

Aquí la portada del libro:


martes, 20 de noviembre de 2012

Habemus Novelix

Pues sí.

Por fin, después de cuatro años largos, donde la crisis no sólo me ha visitado económicamente, sino también novelísticamente, puedo decir que tengo el primer borrador de la novela terminado. Ha sido curioso, pero así son las cosas, a veces. No es más que un simple esbozo, rápido, escrito con jeroglíficos que sólo yo entiendo, pero con innumerables apuntes desperdigados a lo largo del documento para hacerlos servir de guía y poder meterle mano a cada capítulo como se merece. La empecé y la terminé, y ya sólo por eso estoy contento. Aunque... 

Tenía claro que iba a participar en el NaNo para poder hacer la novela, y nada más que me ha dado tiempo a superar el ecuador del concurso, algo más de 25.000 palabras, pero ya tengo la historia metida en un bote. Y ahora... debo abandonar el NaNo, pero por otros motivos. Eso no quiere decir que no continúe sumando cifras al contador de la página, pero el cambio de prioridades me obliga a mirar hacia otro lado. Otro lado más amargo, que es la vida real.

Suerte que siempre nos quedarán esos mundos ficticios donde perdernos cuando tenemos algo de tiempo. Mundos donde los problemas los haces surgir y desaparecer cuando se te antoja. Donde volar es igual de posible que descuartizar al más cabrón que se cruza por tu camino, conducir el coche más caro y follarte a la tía más buena; incluso ponerte hasta las cejas de droga sin que eso afecte a tu salud.

En fin... ¡Qué bonito es escribir, eh!

No sé quién coño dijo que cada uno de nosotros escribe su propia vida...

Yo escribo las de mis personajes.

Casualmente, la novela transcurre en un pequeño pueblo asturiano, y ardo en ganas de irme a vivir allí.

Pues sí, lo que son las cosas...

martes, 13 de noviembre de 2012

3 libros, 3...

¿Os dije que había ganado otro premio?

Os lo digo ahora, pues: gané otro premio. Sí. 

No sé que ocurre pero la cosa es bastante curiosa:

Nunca había oído hablar sobre el Steampunk, y menos aún escribirlo, pero me animaron a participar en un concurso que acabé ganando con una amiga. 

Y hace poco ocurrió lo mismo con el tema de los zombis. Quizá había escrito algo muy, muy corto (para Cuentacuentos, creo), que no superaba las 500 palabras. Javier Herce, con la revista Ultratumbra, organizaron el II Premio Ultratumba, con el único requisito de tratar el tema de los zombis. Me animé a participar porque tenía un relato la mar de majo, que lo escribí expresamente para un certamen llamado Carne Nueva, donde únicamente podían participar las personas que nunca hubiesen publicado nada bajo esa temática. No lo quisieron. En fin... 

Total: que lo envié al II Ultratumba, sin mover ni un punto ni una coma, tal cual, y me llevé el primer premio.

La antología tenía que haber sido publicada el día después de Halloween, pero por desgracia, uno de los relatos que componían esa entrega era muy similar a lo ocurrido esa misma noche en el Arena de Madrid. Mientras, han estado deliberando en si conservar el relato en la antología o sacarla a la luz sin él. Al final se ha decidido incluirla. Así que... en breve colgaré aquí el link para que os la podáis descargar y masticar con tranquilidad.

Ah, sí... ¿A qué viene esta entrada?

Es que hoy me ha llegado el premio del certamen de Ultratumba, como podéis ver en la "afoto":


Son libros que tienen muy buena pinta. Poco a poco los "Másreseñearé" para que les echéis un vistazo, por si os interesan... 

jueves, 8 de noviembre de 2012

El terror llama a tu puerta

Eso si pudiera considerarme como el Terror.

Escribirlo, pues sí que lo hago, y con muchas ganas. Es uno de los géneros en los que más a gusto me siento y en el que mejor me desenvuelvo, junto con el género negro (policiaco, y tal...).

Pero el terror, esta vez, me ha abierto sus puertas. Sí. Y cuando he traspasado el umbral mi cuerpo ha dejado de obedecerme. El corazón se me ha acelerado, martilleándome las costillas. Las manos apenas han logrado guardar la compostura por culpa de los nervios; incluso ahora, mientras escribo, debo rectificar las mil erratas que mis dedos temblorosos provocan. Los ojos, inyectados en sangre, inmóviles ante una imagen tan fantástica como aterradora. Tras esa puerta se esconde el Mal. Sí, queridos lectores; el Mal, con mayúsculas. Ese Mal tiene nombre y apellidos, y está fracturado en quién sabe cuántas figuras humanas, que viven entre nosotros. Podemos llegar a verles, a escucharles... a tocarles; aunque cuanto más disfrutaremos de esa plaga maldita, oculta tras una corroída y desvencijada puerta de hierro, es... leyéndoles. Cada uno de esos diablos siembra el Mal por allí donde pasan, y dejan un rastro cargado de palabras tras de sí, para que almas pecadoras como la mía les sigan y caigan en sus garras. Existe un lugar donde se cobijan de las miradas ajenas, de personas moralmente incrédulas, del mundo real; dejando en el perchero de la entrada el disfraz que llevan puesto en su vida diaria, para convertirse en lo que realmente son. 

Ahora, pobre de mí, ya formo parte de esa maldita plaga.

Esta es su guarida; aunque yo, de vosotros, me lo pensaría antes de llamar:


Aquí es donde el Terror cobra forma.

El camino de baldosas amarillas

Con este título tan suculento (cada cual que mire hacia su niñez como le dé la gana), Juan de Dios Garduño presenta la que va a ser su nueva novela. Comentan por ahí que tiene una pinta exquisita. Esperaré a que caiga en mis manos para poder corroborarlo. Aunque acabo de conocer a este pedazo de escritor, llevo oyendo de él desde hace bastante tiempo, sabiendo que está esperando a que le concedan uno de los tronos en el Olimpo de los Dioses del Terror Español. No es la primera novela del amigo Juande, aviso.

Mientras, os dejo la nota de prensa que la editorial Tyranosaurus Books a remitido al público para que vayáis salivando a conciencia:

Tyrannosaurus Books publicará en diciembre la nueva novela de Juan de Dios Garduño.
El autor de Y pese a todo… nos traslada a un psiquiátrico de la posguerra española en un emotivo relato sobre la crueldad humana que conjuga drama y terror.

El camino de baldosas amarillas es la nueva incursión literaria del autor cordobés Juan de Dios Garduño, nombre de referencia en el panorama actual de la literatura española de terror. Con esta novela, Garduño alcanza un nuevo grado de madurez uniendo tragedia y realismo, sentimiento y horror.

El camino de baldosas amarillas se publicará este próximo mes de diciembre bajo el sello de la editorial Tyrannosaurus Books y viene precedida por el éxito de su anterior novela, Y pese a todo... (Ed. Dolmen), premiada con el Premio Nocte de Terror a la Mejor novela de terror nacional en 2011 y de la que actualmente se está preparando en USA la adaptación cinematográfica que dirigirá el realizador español Miguel Ángel Vivas (Secuestrados, 2011), y será producida por Vaca Films y Ombra Films de Jaume Collet-Serra.

Sinopsis de la obra:
"Las cosas no son fáciles tras la Guerra Civil. Una fría noche de diciembre, el pequeño Torcuato es obligado a abandonar todo aquello que ama cuando, debido a un desafortunado incidente, ingresa en un manicomio de Valladolid. El único lazo que conservará con su pasado será un viejo libro prestado, El maravilloso mago de Oz.
En los siniestros pasillos del psiquiátrico, Torcuato tendrá que hacer frente a sus propios miedos mientras intenta convivir con los extravagantes inquilinos que ahora comparten su vida. Pero lo que no sabe nadie es que en lo más profundo del centro, el mal ha cobrado forma y aguarda a una nueva víctima."

Aunque se podrá encontrar en las librerías a partir del mes de diciembre, la editorial ofrece la opción de reservar un ejemplar con el método de precompra, clicando en el siguiente enlace: 

Y aquí tenéis la portada tan guapa que ha hecho un monstruo de la ilustración, como es Daniel Expósito Zafra:





miércoles, 7 de noviembre de 2012

Origami de un cerezo (mes envies de Nothomb)


Ni la publicidad, ni los premios; ni siquiera ser una de las musas para otros escritores, hacen que de su rostro florezca una leve sonrisa. Y allí está ella, observando lo único que es digno de ver florecer: los almendros. Sentada sobre un tronco, a espaldas de su gran amado Fujiyama, recuerda con amargura el último de sus fallidos romances que, como siempre, brota de entre las ramas desnudas, aparece como una ligera mota de algodón, suave e inmaculada, y crece hasta convertirse en una preciosa flor donde se concentra toda la pasión que entrega ciegamente a quien la corresponde. Pero nunca consigue llegar hasta el fruto, pues antes de alcanzar el estado de madurez, el portador de la simiente se marchita fulminante bajo el peso de la popularidad. Y así se siente ella, después de cada libro: sola, rodeada de una multitud a la cual ignora, pues ve como el fruto que realmente aprecia se pudre entre el gentío, biodegradándose hasta desaparecer de su vida.

Una lágrima resbala por su pálida mejilla, precipitándose al vacío, hasta impactar sobre las palabras que acaba de escribir, emborronando la tinta que se licua con la amargura del recuerdo. Observa la gota purpúrea que recorre la hoja hasta ser absorbida por la gran galaxia blanca que apresa entre sus manos, donde escribe su libro más personal. El rastro de esa lágrima se vuelve etéreo, transformándose en la sombra de un pliegue con el que ella recrea en su mente una figura rígida de papel. Y la angustia vuelve en forma del capullo que brotó de las manos de Rinri y la primera vez que le enseñó el arte del origami.

«¿Ves?», le decía el joven, acariciándole las manos. «Todo fluye de la mente, del corazón». La relación se formaba a través de metáforas, ya que los pliegues de ambos lados se juntaban, como sus culturas; se doblaban una y otra vez, como sus vidas; hasta que nacía una bella figura, como su amor.

Daisuki.

Los pasajes entrecortados se aparecían en su mente a velocidad vertiginosa, como fue la relación. Su primera visita a Japón. El día que se presentó en casa de los padres de su futuro alumno de francés. Los paseos por los jardines y el viento que transportaba el aroma de las diferentes flores. La vergüenza del joven al rozar el hombro de ella… La primera vez que de su boca nacía Daisuki.

Daisuki, y los ojos se le llenan de lágrima.

Daisuki, y el temblor de sus labios la ponen nerviosa.

Daisuki…

La escritora dio un respingo cuando el frío viento que descendía del Fujiyama la sorprendió, haciendo revolotear los pliegues del kimono, llevándose la pequeña golondrina de papel que le hacía compañía y le dañaba el corazón cada vez que la observaba y le venía el recuerdo de las cálidas manos de su amado. No hizo nada por verla volar, alejarse, desaparecer; como lo hizo Rinri, dejando en su memoria los restos del polen que ahora escampaba por las amplias llanuras japonesas, hasta donde la vista de ella lograba alcanzar.

«¿Continuará aprendiendo francés?», se preguntaba, articulando con palabras mudas su traducción al idioma nipón.

«Va bien, alors…fais même que moi : Je m’appelle Rinri. Vais y!», y una sonrisa pobre se le escapaba, apenada, al pensar en su primera frase.

Daisuki, aprendió ella en un diccionario.

Daisuki, le sorprendió al joven, una tarde de otoño.

Aishiteru, le contestó él, abrazándola bajo unas sábanas de algodón con amor como única fragancia.

Aishiteru, le dijo por última vez antes de desaparecer de su vida.

Se quedó muda delante de los micrófonos que la apuntaban, viéndole marchar cabizbajo. De nada sirvió esconderle su verdadera identidad, pues quería protegerlo a él, a los dos. Y cuando la publicación de su último libro estuvo al alcance de todos, algunos dedos señalaron hacia una pequeña región de Japón, a las faldas del monte venerado, como refugio de la escritora.

«Maldita sea», se recriminaba una y otra vez.

«No se puede tener todo», le dijo Rinri, mirando al suelo. «Y yo sólo quiero tenerte a ti».

Los ojos de la escritora volvieron a derramar la rabia, la pena, en pequeñas lágrimas salinas que le rallaban los pómulos, penetrando por la comisura de unos labios entreabiertos que susurraban aishiteru al viento, a un rostro incorpóreo que se le aparecía en su imaginación, de perfil anguloso y ojos benévolos, curiosos de vida; y sonrisa sincera.

Aishiteru, y se estremecía al pensar que era él quien lo pronunciaba una vez más.

Aishiteru…

Los Dioses que habitan en la cima del Fujiyama la llaman a voces, transportando en su lengua de viento olores y sonidos, recuerdos. Llevándose a su paso los pensamientos amargos que la atormentan, arrancando de sus manos las hojas del diario que escribe desde el abandono. Otro más. Hojas y hojas, palabras, y frases dolorosas, adornadas con lágrimas que deforman las letras. Hojas que vuelan a su alrededor como pájaros enfadados, como golondrinas de origami, como un amor; y se alejan. Al ponerse en pie, al darse la vuelta, recibe la bofetada de las deidades, secándole la cara con el vendaval que se forma a su alrededor. Extiende las manos hacia los lados y percibe que las amplias mangas del kimono ondean con fuerza, que su pelo se agita fiero. Y al cerrar los ojos se imagina saltando desde la cima, empujada por una mano celestial, y cae al vacío, como sus lágrimas; el viento le golpea la cara, le ciñe el vestido al cuerpo, le extirpa los malos pensamientos.

Aishiteru, escucha.

Aishiteru…

El corazón golpea frenético contra las costillas. Las piernas le tiemblan, no sabe si de nervios, frío o haber escuchado su voz.

Aishiteru, escucha de nuevo.

Y la sonrisa de almendro florece, agrietando los surcos olvidados de sus lágrimas. Al darse la vuelta no ve más que la planicie por donde se deslizan las hojas de su vida, y los surcos que albergan los cerezos que un día vieron nacer su amor, y ahora observan en silencio cómo la locura se apodera de su dueña.

Los cerezos, la única compañía que hasta entonces la escuchaba, se vieron acompañados por un pequeño estanque habitado por dos carpas. Y todo fluía en armonía, pues ellos eran el nacimiento, la vida y la muerte; y ellas la semilla interior del ser que, cuando esté preparado, convertirá en dragón. La escritora las miraba con desdén, viendo sus horribles rostros de largos bigotes. El viento sopló una vez más, aullando entre los árboles, haciendo temblar la superficie del estanque. Todas las fuerzas giraban en torno a ella, pero no comprendía las metáforas que le anunciaban. Sólo veía sombras de las ramas que se proyectaban sobre el agua temblorosa, y las carpas que danzaban juntas, mofándose de ella.

         Más lágrimas que resbalaban.

Más pensamientos dolorosos.

Daisuki.

El viento trajo con él la golondrina de origami, magullada, sucia; y la depositó sobre la superficie del estanque. Una de las carpas giró sobre sí misma y se lanzó en su busca, atrapándola y haciéndola desaparecer en las profundidades.

Aishiteru.

Quizá ya estaba preparada.

Se adentró en la casa, dejando atrás el alboroto de hojas desperdigadas por el campo, como la simiente de su amado, como el recuerdo que arrancará de su interior a golpe de tecla.

Al sentarse, colocó sobre la máquina de escribir una golondrina idéntica, hecha por ella.

Domo arigato gozaimasu, Rinri —pronuncia pausadamente—. Aishiteru.

Más que reseñas


No me gusta hacer reseñas. Más bien, no sé hacerlas, y es por eso que nunca veréis que hable sobre tal o cual libro, destripándolo como un meticuloso forense, escalpelo afilado en mano.

Más que reseñas será una etiqueta, un espacio para mostrar las publicaciones de gente conocida a la que le tengo un gran respeto y admiración. Personas, escritores, que sacan adelante proyectos en los que creen y sacrifican su tiempo. Así pues, este espacio es para todos ellos, y para vosotros, los que os pasáis por aquí, pues es una buena manera de manteneros informado de lo que se va cociendo en el panorama literario del país. Escritos de casa hechos por escritores de casa. ¿Qué más se puede pedir? ¡Que le tiemblen los pilares a Ken Follet, que aquí llega el mejor producto de casta ibérica!

Poco a poco iré colgando los libros que han ido cayendo en mis manos, con los que he ido disfrutando a lo largo de este tiempo; también los que caerán, según como funcione mi economía particular en el momento. Todos, remarco: TODOS, los aquí presentados, son y serán de autores/as que normalmente están agazapados entre las sombras de las grandes casas literarias, en el subsuelo de esta terrible jungla de hambrientos animales que todos conocemos bajo el nombre de "Best Sellers". Si disfrutasteis embelesados entre los pasajes de El código Da Vinci, os transportasteis simultáneamente de una época a otra con El Ocho, o experimentasteis un brutal orgasmo leyendo 50 sombras de Grey, ya podéis abandonar este espacio o vuestras retinas quedarán escandalosamente dañadas por lo que vendrá próximamente...

Aunque colgaré el primer título mañana, con calma, hoy daré una pequeña pista: La dulce Alicia no hubiera deseado elegir ese camino...

domingo, 4 de noviembre de 2012

Primer domingo de noviembre, con cielo plomizo y amargo recuerdo de sabor a muerte...

Lo sé: o pongo títulos cortos, o extraños, o... estrafalarios, como éste último. La verdad es que me importa poco, pero siempre que atrape al lector con un buen gancho, será el efecto que esperaba.

Cierto que es el primer domingo de noviembre, que el cielo es de un color plomizo tirando a lo que está a rebosar de colillas cerca del teclado, y aún tenemos ese maldito regusto de muerte por la tragedia ocurrida la madrugada del jueves en Madrid. La juventud está desmejorada, de eso no hay ninguna duda. Ayer mismo, yendo en el tren hacia Barcelona, pude comprobarlo, pues el vagón estaba apestado (sí, apestado) de jóvenes maleducados que lo único que hacían era meterse en el compartimiento que hay entre los vagones para liarse a fumar porros. Lo de "apestados" también va por mí y por mi pareja, ya que llegamos a la estación de Sans con un fuerte olor a marihuana que se desprendía etéreo de nuestra ropa. Sentí vergüenza ajena, lo digo en serio.
Todos hemos ido jóvenes y hemos salido de marcha. Yo mismo, con mi gran pandilla de punkis, íbamos y volvíamos de Barcelona cada fin de semana, entre fiestas y conciertos. Bebíamos, sí; calimocho y cerveza (el dinero no daba para más), pero aun soportando la embriaguez de lo consumido no perdíamos el respeto a nadie. Nosotros no molestábamos y ellos tampoco nos molestaban. Era ese intercambio silencioso de valores. Ahora las cosas han cambiado. Han degenerado.
-Esta es la mayoría del futuro que nos espera- le comenté a mi pareja. Y es cierto. Y me pone nervioso.

Hoy es el primer domingo de noviembre y está lloviendo. Por la noticias vuelven a repetir el caso del Madrid Arena. Se destapan cosas. Remueven hasta la saciedad los problemas de la sociedad. Estamos en una mala época, todos lo sabemos, pero no podemos evitar querer disfrutar de nuestro momento, por eso salimos y nos desahogamos (de mil maneras), por eso nos afianzamos al hoy, al ahora, e intentamos ver con los mejores ojos que tenemos el gran agujero negro que nos espera. No soy pesimista, pero me gusta fijarme en la realidad. Y no me gusta lo que estoy viendo. Por eso escribo, porque encuentro que, para mí, es una de las mejores formas para evadir de mis pensamientos todo los malos episodios diarios que leo, que veo, que escucho. Hace mucha falta, con urgencia, un cambio de mentalidad en este país, un cambio en la educación, o iremos hacia el mayor desastre generacional que ha vivido la historia de la democracia. 

No me gusta hablar de política, ni de polémicas, pero me gusta escribir (como he comentado antes); y por eso lo hago. Así que, quien lea esta entrada que se quede con la única noticia feliz de todo este escrito: es el cuarto día del NaNo y llevo más de siete mil palabras, cinco capítulos. En ellos también llueve, también hay un primer domingo de noviembre, aunque los muertos son ficticios.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Y... ¡Vamos que nos vamos!

Faltan menos de seis horas para empezar este loco certamen. Serán seis horas en las que tengo que lidiar con:

  • Acabar de perfilar las tramas y subtramas.
  • Apuntarme las sinopsis de cada capítulo de cada una de las tres partes.
  • Terminar las fichas de uno de los personajes principales.
  • Hacer los panallets para toooooda la familia, para la cena de esta noche.
  • Descansar (importante), buscando un hueco para poder hacerlo.
  • Acabar borracho como una cuba en casa de mi hermano cuando, después de cenar, saque las botellas de orujo.
Entonces será medianoche, hora inicial de la National Novel Writing Month. Desde ese momento sólo tengo que escribir, y escribir, y... llegar cada día, como mínimo, a las 1.667 palabras.

Me hace ilusión participar en este embrollo. También me da algo de miedo. Un miedo personal sobre el que cuentan muchas cosas. Veremos si soy capaz de hacerlo.

Sólo hay una cosa que me pueda estropear la continuidad, y se llama Asturias, y se llama Trabajo, y se llama Una Vida Nueva. Así que... si todo va bien, o una cosa o la otra.

Sed buenos y felices... y comeos los unos a los otros, ¡pardiez!

domingo, 28 de octubre de 2012

¡Otro menos!

Llevo la cuenta atrás desde hace unos días. En breve -muy breve- empezará el NaNoWriMo, y aún tenía dos cosas qué enviar. La primera ha sido hoy, hace un rato, para el I Certamen de la asociación Esmater. Un micro de 300 palabras de terror. A ver qué tal les sienta... La segunda es un relato, algo más largo, para la página Web del Terror, donde hay que enviar una historia -de hasta 5.000 palabras- con la misma temática (terror/fantástica/fosca), con un único requisito: que deben tratar sobre el fin del mundo (algo que ocurrirá, según dicen, el 12 de Diciembre, así que no sé para qué voy a enviarlo...). 

Después de este último... lo dejo. Pero durante un mes, que va a ser intenso... caótico (para mí), pues voy a estar esos 30 días "encerrado", participando en el NaNoWriMo. Voy a ir a por la novela que nunca acabé, la Bahía de los Condenados, parada desde el 2008. Quiero hacerla nueva por completo. Con algunos de los personajes que ya utilicé la primera vez, otros serán nuevos (aprovecho protagonistas que he ido creando en otros relatos y que les tengo mucho aprecio). El escenario también será diferente, más cercano, más de aquí. Asturias, ni más ni menos, ni más ni menos... La temática será la misma. 

Esta vez voy a tirar de Scrivener. Llevo un par de meses trabajando con este programa y la verdad es que funciona de maravilla. Sea novela, relato, micro... Qué más da. Ya tengo la ficha de los personajes, la trama, las subtramas, las sinopsis de los capítulos, de las partes, de la novela entera.

Tengo muchísimas ganas de hacerlo, de hacerla, por fin; y para eso sólo tengo 30 días. Es todo un reto (más personal que otra cosa), porque después vendrá el tiempo de las correcciones, de los cambios, de las equivocaciones y los dolores de cabeza. Quizá será también el tiempo de darme cuenta de que, cabe la posibilidad, tenga que apretar la tecla de suprimir y enviar todo lo escrito a la basura, porque quizá no valgo para algo tan grande. Pero sé que si no lo pruebo nunca lo voy a saber.

Todo es cuestión de tiempo, y es algo que llevo semanas planteándome seriamente. Problemas profesionales, cambios en mi vida, disgustos y alegrías... y todo lo contrario... en fin. Creo que necesito un buen cambio, a ser posible radical, porque me da la sensación de estar metido en un puto agujero del que quiero salir sí o sí. Por eso quizá me haga falta plantearme las cosas y aprovechar el tiempo, porque necesito tiempo. 

Mucho.

viernes, 26 de octubre de 2012

¡Uno menos!


¡Por fin!

Creía que no sería posible conseguirlo, pero finalmente ha podido ser. Después de tantos días rompiéndome la cabeza entre unas cosas y otras, textos, escritos, trabajo, "accidentes" de la vida diaria... Hoy se ha hecho realidad. Bueno, tanto como realidad... Al menos lo he acabado, y eso es mucho.

Escribir un primer borrador de relato es una cosa fácil cuando se tiene la historia visualizada en la mente. Lo más arduo es que ese primer borrador pase a ser un original. Buscar el vocabulario adecuado, asimilar las frases al ambiente que se quiere dar al reato, estructurar lo mejor posible el transcurso de esa historia, saber dónde cortar, dónde rellenar, dónde desechar... hasta que tienes "algo" más o menos parecido a tu idea inicial. Es posible también que no se le parezca en nada a lo que debía ser en un principio (ocurre la mayoría de las veces), pero bueno... es cosa "del directo", ¿no? Después de todo esto lo dejas en barbecho y a dormir.

Tres días después lo coges con ganas, sin recordar muchas de las cosas que has escrito (una manera de hablar, claro), y viendo todos y cada uno de los fallos ortográficos (que en mi caso son pocos, algo de bueno tengo), se corrigen y se hace una segunda lectura de comprobación. Luego lo dejo descansar un día o dos más.
La tercera vez ya voy directo al papel, imprimiéndolo antes de echarle el vistazo. Suelo dejarlo apartado y hacer mil -1.000, como lo digo- cosas más. Cuando llega la noche, después de cenar, y tumbado en la cama con el silencio como único acompañante, le doy ese Gran Repaso, bolígrafo rojo en mano. Tachones, apuntes, marcas de repeticiones, anotaciones al pie de página, al cabeceo, por los laterales, en la parte de detrás de la hoja... Y duermo. Al día siguiente compruebo todo lo que hice y pienso: "-¡Oh, Dios! Si hay más rojo que negro..." Y ahí es donde me planteo dejarlo y empezar uno nuevo (como fue el caso de éste, que es la tercera versión de la historia que tenía en mente).

Dos repasos más. Dejar a algún colega (cuando hablo de colega me refiero a otro escritor, a ser posible mucho mejor que yo, y eso es fácil), ver qué impresiones me da, qué correcciones haría él/ella, por dónde llevaría los tiros... hasta que lo vuelvo a corregir una vez más. Esta es la parte más reconfortante pues es la primera vez que tu escrito es visto por una persona ajena. Persona a la cual siempre se le ha de agradecer, pues bastante faltos de tiempo vamos los que nos dedicamos a esto, aunque sea por afición, pues escribir un relato, al contrario de lo que piensa mucha gente, es MUY largo de hacer. A todo esto, y nunca me cansaré de decirlo: gracias a todos los que me habéis corregido algún relato, a los que e estáis corrigiendo en estos momentos, y a los que me los corregiréis en un futuro, ¡¡¡porque lo haréis!!!

Finalmente, después de lo que fue un primer borrador, escrito en unas cuantas horas, acaba llegando el relato que ha tardado una semana en gestarse de verdad.

Y hoy, por fin, he podido enviarlo para la convocatoria de Calabazas en el Trastero. Espero tener suerte.

¿Que qué es Calabazas en el Trastero? Pues... buscadlo vosotros mismos, porque si estáis leyendo esto es que tenéis Internet (y todos conocemos a San Google).

Apa doncs, ahí queda eso.

Hasta la próxima... chorrada.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Se llamaba... Barcelona

Quizá sea porque mi edad me incita a dejar escritos los recuerdos, o porque esta enfermedad está degenerando hasta el punto de hacerme pensar que, en tan solo unos días, puede que termine aquí mi cometido. Pensarán que estoy loco; que el abuso desmesurado de mi juventud no hizo más que lacerar mi cuerpo, por aquel entonces inmaculado y bendecido por la gracia de algún Dios de la antigüedad, y que el paso de ese tiempo destilado en el conspicuo brebaje causaron menoscabo en aquel muchacho inocente que un día fui.
Dejo aquí, de mi propio puño y letra, el relato que me condujo al principio de un camino llano y amplio, transformándose en un angosto callejón oscuro y tenebroso, del que no cabía salida alguna.

Terminó la guerra, allá por el año doscientos del segundo milenio. Un conflicto bélico que devastó el amplio mundo del que ahora sólo tienen constancia a través de los ficheros holográficos. Si, señoras y señores. Ese orbe azul y verde, de complicadas y celebérrimas civilizaciones, tal y como lo estudian ahora, un día existió. Pero la guerra del miedo lo arrasó todo. Las creencias religiosas, que habían deteriorado el pensamiento de la humanidad con el paso de los siglos, encendieron la mecha de la autodestrucción en el año dos mil doce; fecha en la que una antigua población indígena profetizó el fin del mundo. Como pueden comprobar, no fue así… del todo. Después de esos casi doscientos años, el conflicto llegó a su fin, sumiendo a los vencedores en un estado polvoriento de ruinas y pobreza. Y ahí, en ese mismo escenario, es cuando aparezco yo de entre los escombros, malviviendo una existencia huérfana y desorientada.

Se llamaba Barcelona, según investigué años más tarde.
Me encontraba caminando por los diques que separaban la tierra del mar, cerca de los comercios de abastecimiento. No era más que un escuálido niño que conseguía mantenerme con vida, hurtando aquí y allá algunas píldoras alimenticias de tercera gama, acompañándolas con sobres de gel hidratante, para que su engullimiento no fuera tan desabrido.
En una de las oportunidades que gocé para aprovisionarme, el mercader salió tras de mí, enarbolando una vara larga y afilada para darme caza. Mis pies descalzos no concebían el dolor que causaba el avance entre los bloques de hormigón derruidos y el áspero tacto de una playa fosilizada, que delimitaba con los malecones. Antes de que el tendero hostigara aquel pequeño superviviente que era yo, mis maltrechos pies hicieron que de un tropiezo cayera sobre la arena, hundiendo la cara en ella. El dolor que me causaba los atices de aquella vara se convirtió en una simple quemazón, cuando mi espalda dejó de percibir la dolencia de los enfurecidos azotes. Y cuando temblaba sin saber qué ocurriría después, una voz quebrantó el ensañamiento, haciendo que los ataques cesaran. Esa voz, melosa y segura, intercambió algunas palabras con mi atacante, haciendo que éste se olvidara de mí.
—Vamos, pequeño —escuché entre la arena que se había introducido por mis orejas.
Al alzar la vista, frente a mis ojos, un gato negro de pelaje áureo me observaba receloso a pocos centímetros de mi cara. Lamió con áspera lengua la arena que había quedado adherida a mi rostro, formando una amalgama sabulosa que exfoliaba mi piel. Una mano enguantada me ayudó a levantar.
—Me llamo Nicolás —me dijo el hombre que se erguía frente a mí.

Íbamos camino de su morada mientras me explicaba que había llegado años atrás, antes de terminar el conflicto. Era descendiente de una familia de nobles rusos que abandonaron todos los países donde el exilio se extinguió por causas políticas de supervivencia.
Yo lo miraba, impertérrito y desconfiado, pues sus andares eran igual de anormales que su vestimenta, donde el negro era el único color que lo cubría. El gato, complemento de aquel extraño, se dejaba transportar con suma tranquilidad apresado en uno de sus brazos, mientras con la otra mano le acariciaba el etéreo pelaje del lomo.

Cruzamos parte de la ciudad, sorteando los escombros de la destrucción, hacia una zona desconocida para mí. Allí, entre la runa que ocupaba las calles, se alzaban aún viejos edificios de grandes y bellas construcciones. Algunos conservaban su estructura original donde, según me explicaba, habían vivido las familias más bien posicionadas de la extinta sociedad. Se detuvo ante una verja solemne y oxidada, que nos esperaba entreabierta.
Se escuchaban gritos y risas antes de llegar a la entrada de la mansión. Una vez dentro, en lugar de enseñarme dónde se encontraba la gente que creaba aquella algarabía de risotadas y música, me agarró del pescuezo con fuerza, obligándome a penetrar en una lóbrega estancia repleta de jóvenes atemorizados. Cerró la puerta tras de mí.

La iluminación era tan escasa que pronto recibí empujones y golpes al lastimar con mis pies a los allí tendidos, pidiendo perdón mientras me acurrucaba en una esquina.
—Me llamo Samuel —dijo una voz a mi lado.
—¿Qué hacemos aquí? —le pregunté.
—No lo sabemos aún —se pronunció uno de los chicos que me había golpeado—. Ese hombre nos trajo aquí, como ha hecho contigo. Y siempre que trae a uno nuevo, menciona un número. ¿Cuál eres tú?
—No lo sé.
—Debes ser el veinte —comentó el joven que me habló por primera vez—. Pues yo fui el último en llegar, antes que tú; y soy el diecinueve.
El resto de niños estaban callados, mirándome con ojos asustadizos por el incierto futuro que nos esperaba. Quedamos todos en silencio con el único sonido de nuestra respiración, y el jolgorio que provenía de la estancia contigua.
De pronto, la música cesó. El murmullo de risas y gritos se apagaron lentamente dando paso a un frenesí de aplausos que callaron pasado un instante. Entonces, la puerta se abrió. Entraron dos hombres, portadores de cadenas que nos fueron puestas en uno de nuestros pies. Arrancaron nuestras ropas y desfilamos desnudos por el pasillo hasta entrar en un gran salón. Y allí, rodeados de miradas lascivas, nos anclaron a cada uno en la veintena de columnas que circundaban la habitación.
—Primero debéis comer algo —nos dijo el llamado Nicolás, sirviéndonos una racima de píldoras unidas por un cordel—. Os hará falta obtener las fuerzas necesarias para lograr satisfacer a mis clientas.
No entendía qué quería de nosotros, pues en un principio pensé que acabaríamos siendo deportados a las filas combatientes del conflicto, que aún se desataba en el sur del planeta. Tras haber ingerido el alimento, nos obsequió con un brebaje desconocido. Un líquido glauco y brillante al que le dio lumbre con un pequeño útil que creaba una minúscula llama.
—No tengáis miedo por el fuego —comentó, incendiando los respectivos vasos que también sostenían aquellas mujeres—. En cuanto sea consumido debéis beberlo sin miedo, de un solo trago.
Las señoras se fijaban en nosotros con miradas sibilinas; nos agredían visualmente con sus lascivas lenguas, que recogían el brebaje escurrido por sus labios. Entonces vi cómo mis compañeros depositaban los vasos ya vacíos sobre las mesas contiguas. Olí aquel líquido y un aroma dulzón se filtró por mis fosas nasales hasta clavárseme en el cerebro. Lo engullí con miedo, sin pensar. Acto seguido, aquellas mujeres se acercaron hilarantes hacia nosotros, cada una tenía asignada un número. Una de ellas, algo madura, de tez blanquecina y largos rizos del color de la sangre, se desnudó ante mí y sus manos recorrieron mi mal alimentado cuerpo, accediendo a lugares que sólo una madre tenía el derecho a llegar. Así, manoseándome, presa de la lujuria y el éxtasis, tomó mi carne entre sus labios para degustarla con placer.
El líquido causó un efecto en mi cabeza, nublándome la vista, haciendo que mis ojos distorsionaran lo que ante mí se representaba, no viendo más que una grotesca bacanal de la que fui partícipe contra mi voluntad; pero que mi cuerpo reaccionó ante el estímulo, encontrándome, sin ser consciente, embistiendo a la mujer del pelo incendiario que me daba la espalda, apoyada sobre la mesa.
Gritos, jadeos y risas inundaban aquel salón gobernado por un hombre vestido de negro, que se hallaba sentado en lo alto de un trono, sobre nuestras cabezas; con el único afán de disfrutar ante la orgía mientras acicalaba el pelo rebelde de su felino.

No sé si aquella noche, Nicolás disfrutó de algo más que con las vistas. Lo único que consigo recordar es el estado en que quedó mi cuerpo después de vaciarme dentro de aquella mujer, que ahogó con sus gritos orgásmicos al resto de copartícipes; y el dinero que pagó por mí, y por la gran caja de madera que contenía una buena cantidad de botellas, contenedoras de la concupiscente poción verde.

Se llamaba Ana y fue mi dueña durante los años que siguieron al final de la guerra. Con ella pasé la gran parte de su vida, esclavizado en el lecho, junto a botellas y vasos vacíos; con el único fin de hacerme servir como objeto sexual. Me acomodé a ello, hasta que un día quedó embarazada. La podredumbre de aquella época no ayudó en el parto, quedándose ella en la mesa, sin vida; convirtiendo a un hombre sin libertad en padre.
Me hice cargo del retoño y conseguí escapar, siendo polizón en el transbordador que nos llevó a una nueva vida lejos de aquel mundo sin esperanza.