jueves, 8 de noviembre de 2012

El terror llama a tu puerta

Eso si pudiera considerarme como el Terror.

Escribirlo, pues sí que lo hago, y con muchas ganas. Es uno de los géneros en los que más a gusto me siento y en el que mejor me desenvuelvo, junto con el género negro (policiaco, y tal...).

Pero el terror, esta vez, me ha abierto sus puertas. Sí. Y cuando he traspasado el umbral mi cuerpo ha dejado de obedecerme. El corazón se me ha acelerado, martilleándome las costillas. Las manos apenas han logrado guardar la compostura por culpa de los nervios; incluso ahora, mientras escribo, debo rectificar las mil erratas que mis dedos temblorosos provocan. Los ojos, inyectados en sangre, inmóviles ante una imagen tan fantástica como aterradora. Tras esa puerta se esconde el Mal. Sí, queridos lectores; el Mal, con mayúsculas. Ese Mal tiene nombre y apellidos, y está fracturado en quién sabe cuántas figuras humanas, que viven entre nosotros. Podemos llegar a verles, a escucharles... a tocarles; aunque cuanto más disfrutaremos de esa plaga maldita, oculta tras una corroída y desvencijada puerta de hierro, es... leyéndoles. Cada uno de esos diablos siembra el Mal por allí donde pasan, y dejan un rastro cargado de palabras tras de sí, para que almas pecadoras como la mía les sigan y caigan en sus garras. Existe un lugar donde se cobijan de las miradas ajenas, de personas moralmente incrédulas, del mundo real; dejando en el perchero de la entrada el disfraz que llevan puesto en su vida diaria, para convertirse en lo que realmente son. 

Ahora, pobre de mí, ya formo parte de esa maldita plaga.

Esta es su guarida; aunque yo, de vosotros, me lo pensaría antes de llamar:


Aquí es donde el Terror cobra forma.

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